domingo, 4 de diciembre de 2011

CENEVAL Ensayo personal.

En tierra de ciegos...

     Ahora que Frida está de moda en el mercado, y que éste a su vez nos bombardea con imágenes que de tanto vistas perdieron esencia en la razón pictórica debiéramos preguntarnos ¿Acaso se necesita el morbo para qué Angelina Beloff, Leonora Carrington, María Izquierdo y Remedios Varo, pintoras contemporáneas de Kahlo puedan  dejar el reconocido anonimato en el que se encuentran? Quisiera creer que no es necesario y al arte le ayudaría mucho que esto no sucediera, pero la mayor parte de las cosas que aprendemos a diario vienen de los medios masivos de comunicación, y éstos a su vez se dedican a vender, a contar historias que capten la atención de la gente, a crear ídolos de barro y no debemos dudar que dentro de unos años, las nuevas generaciones reconocerán a Frida como la pintura misma.
    Tedioso sería escribir la vida de Kahlo o enumerar lo que hizo y dejó de hacer, más bien creo que sería importante valernos de esta “fridomanía” y aprovechar este momento histórico dentro de la pintura realizada por mujeres, porque si bien es cierto que hubo “una apertura del público” en cuanto al arte mexicano de principios del siglo pasado, también es verdad que fueron reducidos los pintores que gozaron de esta fama de la plástica monumental y ésta a su vez fue creada por los hombres. Podría pensarse que fuera de los tres grandes no había nadie, y mucho menos mujeres, sólo Frida y su pasión al dolor lograron crear morbo en la gente, pero ¿Y las demás? –Estaban lejos de boom revolucionario- sumergidas  en aguas  menos bulliciosas donde la creación no es necesariamente sangre, el dolor no tiene sitio, ni color.
    La expresión del universo femenino va más allá de los lienzos. Los sentimientos, la fe y la necesidad de comunicar traspasa la barrera del plano bidimensional y nos deja la sensación de en verdad haber visto, sentido y quizá con mucha imaginación haber estado en el preciso momento de concebir el mundo a través de ellas.
    Mucho es lo que les debe el arte a estas mujeres, pero el tiempo cruel y terrible sigue su marcha y podríamos creer que poco o nada le interesa la tenacidad, la lucha, la entrega de estos seres que dejaron todo en un lienzo, que tomaron los pinceles como forma de vida, y que siguen ahí tenaces comunicando. Desde aquí puedo ver a Beloff hablando de Diego y de su hijo muerto, ay Angelina que suplicio transmites en los tonos miserablemente grises del lápiz, irresoluta al color como si éste te devorara, como si los tonos opacos pudieran salvarte de tu laberinto, y si de embrollos se trata ¿Quién mejor que Leonora para llevarnos al mundo de la fantasía? Carrington que en sus lienzos nos conduce a la bidimensión, regalándonos el mundo de las quimeras, también el de las pesadillas, mundos mágicos, imaginarios, donde todo es pasión, torrente de energía confusa de estos malos sueños que como  en las telas de Remedios la soledad y el frío parecieran invadirlo todo, Varo y sus figuras tan delgadas que hacen pensar  que de tanta misoginia están agónicas. Tan fría, tan minuciosa, invitándote a soñar, a traspasar un lienzo y quedarte ahí por horas, a perderte en esos grises cálidos, faltos de luz; pero si de efusión se trata Izquierdo impone, salta de la oquedad, María que junto a Tamayo debió  haber descubierto esos rojos impresionantes, toda pasión, toda sangre.
     La magia de la pintura radica en diferentes modos de ver y sentir el arte, los años pasan y las imágenes no saben del tiempo. Quizá en otro espacio estas equívocas habitantes del baúl de los recuerdos lo abandonen por fin, quizá... Porque su vida no fue glamorosa ni llena de algarabías, porque marchan de la mano por los terrenos ocultos donde la mano del hombre aun no ha llegado, y porque a pesar de todo cumplieron el ritual pictórico: “hablar con el pincel”.

                                                                                                             
                                           E. J. Martell.

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